La silenciosa epidemia de la ideación suicida: Un llamado urgente a Bogotá


Hablar de suicidio sigue siendo incómodo para muchos. Es un tema que preferimos evitar, que relegamos al ámbito privado o que tachamos como un problema de "otros". Pero las cifras en Bogotá nos exigen dejar atrás ese silencio. Según Saludata, los casos de ideación suicida han crecido de forma sostenida desde 2012, alcanzando en 2022 una tasa de 11.6 casos por cada 100,000 habitantes. Estas cifras representan no solo un aumento numérico, sino una crisis emocional colectiva que está siendo ignorada.


La ideación suicida, es decir, los pensamientos persistentes de quitarse la vida, afecta a miles de bogotanos cada año, y los intentos de suicidio son más frecuentes de lo que quisiéramos aceptar. Detrás de estas cifras hay jóvenes enfrentando la presión de un futuro incierto, hombres atrapados en un modelo de masculinidad que los ahoga y mujeres jóvenes que intentan buscar ayuda, pero que no la encuentran a tiempo.


El silencio que perpetúa el problema



Parte del problema está en nuestra incapacidad para hablar abiertamente del suicidio. Según Lina María González Ballesteros, líder en bienestar socioemocional, el estigma sigue siendo un obstáculo insuperable para muchas personas:


"El autoestima es el primero de los estigmas. La gente necesita entender que está bien sentirse mal y buscar ayuda."

Sin embargo, no hemos hecho lo suficiente para derribar estas barreras. La falta de campañas de sensibilización, educación emocional y espacios seguros para hablar de estas emociones crea un ambiente donde quienes están en crisis no se sienten con el derecho de pedir ayuda.


¿Dónde están las políticas públicas?


Bogotá cuenta con documentos importantes, como el CONPES 34, que reconocen la salud mental como un problema prioritario. Pero reconocer no es suficiente. Según el concejal Julián Triana:


"Hoy existe una política pública de salud mental, pero para muchas personas preocuparse por su bienestar emocional es un lujo."

Las políticas actuales no logran responder a las necesidades de las localidades más vulnerables, como Ciudad Bolívar o Usme, donde el acceso a servicios psicológicos es prácticamente inexistente. Esta desigualdad es uno de los mayores factores detrás del aumento de casos. Mientras tanto, quienes logran acceder a los servicios públicos enfrentan tiempos de espera que pueden llegar a meses, un periodo demasiado largo para alguien que necesita ayuda urgente.


¿Y los hombres?


Las cifras revelan una paradoja dolorosa: las mujeres intentan suicidarse con mayor frecuencia, pero son los hombres quienes lideran las tasas de suicidio consumado. Según Ana Paula Marof, psicóloga experta:


"Los hombres no buscan ayuda porque para ellos es un tabú admitir que no se sienten fuertes. Esto los lleva a tomar decisiones fatales sin haber recibido ningún tipo de apoyo."

Este patrón cultural, que exige fortaleza y silencio a los hombres, cobra vidas todos los días. Si queremos reducir las tasas de suicidio, debemos empezar por cuestionar estos modelos y normalizar que la vulnerabilidad no es un defecto, sino una característica humana.


Hablar del suicidio no lo fomenta; lo previene. Las políticas públicas deben dejar de ser declaraciones generales y convertirse en acciones concretas que lleguen a las personas cuando más lo necesitan. Porque detrás de cada número hay una vida que puede ser salvada.

El suicidio no es una decisión espontánea; es el resultado de un cúmulo de factores que podemos y debemos abordar como sociedad. La salud mental no puede seguir siendo una prioridad secundaria. Bogotá necesita respuestas, y las necesita ahora.




Redacción de:



Mariana Duque Cardona